Penina siempre molestaba a Ana y la hacía sentir mal porque el Señor no le permitía tener hijos.
Un día, después de comer, Ana se levantó calladamente y se fue a orar al santuario. El sacerdote Elí estaba allí. Ana estaba muy triste y lloraba mucho mientras oraba al Señor Le hizo una promesa a Dios: «Señor, Todopoderoso, mira lo triste que estoy. ¡Acuérdate de mí! No me olvides. Si me concedes un hijo, te lo entregaré a ti. Será un nazareo: no beberá vino ni bebidas embriagantes, y nunca se cortará el cabello».
Elcaná tuvo relaciones sexuales con su esposa Ana, y el Señor se acordó de Ana. Ella concibió y para esas fechas al año siguiente, dio a luz un hijo. Ana le puso por nombre Samuel, pues dijo: «Su nombre es Samuel porque se lo pedí al Señor». Ese año Elcaná fue a Siló con su familia para ofrecer sacrificios y cumplir las promesas que le había hecho al Señor. Pero Ana no lo acompañó, sino que le dijo:
—No iré a Siló hasta que el niño tenga la edad suficiente para comer alimento sólido. Entonces se lo entregaré al Señor, será un nazareo y se quedará en Siló.
Luego Ana entregó el niño al sacerdote Elí, y le dijo:
—Perdón, señor, yo soy la misma mujer que usted vio orar al Señor. Le aseguro que lo que digo es cierto. Oré por este hijo, y el Señor contestó mi oración, dándomelo. Ahora se lo entrego al Señor, y él le servirá toda su vida. Entonces Ana dejó ahí al niño y adoró al Señor.
De Aleteia
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